Estaba allí, desde hacía bastantes años... esperaba que su hijo regresara... pero nunca llegó...
Se casó como la gran mayoría de las muchachas de su pueblo, a muy temprana edad. Su esposo, un hombre gentil y romántico, le dio todo lo que una mujer casada podía soñar: Un lugar dónde vivir, una alacena llena de víveres, un hijo que continuaría su apellido... pero un día, sin saber realmente a causa de qué, él murió...
Su vida cambió pronto... se acabaron los víveres, la casa se sentía más fría y más vacía, y ella tuvo que trabajar muy duro para sacar adelante a su hijo...
Cuando el retoño cumplió diecisiete años simplemente "huyó"... No supo a dónde se fue, ni con quién... una tosca foto recordaba la prontitud de su partida y aumentaba la angustia de una mujer que "perdió" a su hijo en una tarde del mes de marzo...
Todos los días salía a su puerta, y miraba a los lados, esperando en vano que apareciera su hijo... De vez en cuando, preparaba la comida que a él tanto le gustaba, por si llegara hambriento y entre pláticas disfrutara de aquel plato hecho con todo su amor...
Y fueron pasando los años... y nunca llegó...
La anciana se quedó allí, deshecha por la duda, quemada por el Sol, y abrumada por la idea de su hijo y su ingratitud...
Una madre espera, simplemente porque es madre... y sólo Dios sabe por qué las madres son así: Perdonan todo, olvidan todo, soportan todo, toleran todo...
Y no siempre en los hijos encuentran una corresponsable actitud... muchos, ingratos, se olvidan pronto de lo que sus padres hicieron por ellos, y huyen de sus progenitores sin decirles siquiera cuánto aprecian la vida que les dieron y el futuro que les indicaron con su ejemplo y con toda su existencia donada...
Es de buenos seres humanos el ser agradecidos... ¡No se puede esperar menos de un cristiano!
Se casó como la gran mayoría de las muchachas de su pueblo, a muy temprana edad. Su esposo, un hombre gentil y romántico, le dio todo lo que una mujer casada podía soñar: Un lugar dónde vivir, una alacena llena de víveres, un hijo que continuaría su apellido... pero un día, sin saber realmente a causa de qué, él murió...
Su vida cambió pronto... se acabaron los víveres, la casa se sentía más fría y más vacía, y ella tuvo que trabajar muy duro para sacar adelante a su hijo...
Cuando el retoño cumplió diecisiete años simplemente "huyó"... No supo a dónde se fue, ni con quién... una tosca foto recordaba la prontitud de su partida y aumentaba la angustia de una mujer que "perdió" a su hijo en una tarde del mes de marzo...
Todos los días salía a su puerta, y miraba a los lados, esperando en vano que apareciera su hijo... De vez en cuando, preparaba la comida que a él tanto le gustaba, por si llegara hambriento y entre pláticas disfrutara de aquel plato hecho con todo su amor...
Y fueron pasando los años... y nunca llegó...
La anciana se quedó allí, deshecha por la duda, quemada por el Sol, y abrumada por la idea de su hijo y su ingratitud...
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Una madre espera, simplemente porque es madre... y sólo Dios sabe por qué las madres son así: Perdonan todo, olvidan todo, soportan todo, toleran todo...
Y no siempre en los hijos encuentran una corresponsable actitud... muchos, ingratos, se olvidan pronto de lo que sus padres hicieron por ellos, y huyen de sus progenitores sin decirles siquiera cuánto aprecian la vida que les dieron y el futuro que les indicaron con su ejemplo y con toda su existencia donada...
Es de buenos seres humanos el ser agradecidos... ¡No se puede esperar menos de un cristiano!
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