EL LIBRO DEL EMMANUEL




“¡Miren!
La joven está encinta y dará a luz un hijo,
a quien le pondrá el nombre de Emmanuel...”
(Ver Is 7, 14)

Discordias entre los reinos

Los capítulos 7 al 12 del profeta Isaías forman una sola unidad literaria, se le ha denominado “el libro del Emmanuel”.

Para entender el marco histórico de la época, situémonos en su contexto:

Era el siglo VIII a.C., Asiria es un gran imperio en extensión, soberbio y sumamente cruel.

Dos pequeños reinos, donde todavía no había entrado aquel opresor, decidieron reunirse para defenderse y hacerle batalla: Siria, con su capital Damasco; e Israel (el reino del Norte), cuya capital para entonces era Samaria.

Ambos pidieron a los países pequeños del sur (entre los que se encontraba el reino de Judá) que se aliaran con ellos, a fin de hacerle un frente más nutrido a la potencia opresora.

El gobierno de Jerusalén se negó a participar en esta alianza “anti asiria”. Pero una parte de la población sí la apoyaba. Sintiendo el despecho de la capital judía, Siria e Israel declararon la guerra a Judá, con el fin de cambiar al gobierno entonces reinante y proponer, en su lugar, al partido “pro alianza”, y ver así más nutridas sus tropas para enfrentar a los asirios.

Viéndose acorralados, los judíos miraron hacia Nínive, la ciudad capital Asiria, para denunciar a sus opresores, Siria e Israel, y pedir su protección contra ellos.

Esta fue la profunda crisis que provocaron; una posición sin salida aparente: Por un lado, si Judá se aliaba con Asiria, la destruirían sus vecinos, Siria e Israel. Por el otro, si se aliaba con sus vecinos, Asiria sin pensarlo dos veces la destruiría...

El profeta Isaías, entonces, percibe la realidad “desde Dios”, y para liberar a su pueblo propone una salida estratégica:

En primer lugar, de parte de Dios, intenta tranquilizar al rey de Jerusalén, Ajaz: “Quédate tranquilo. No tengas miedo al ver ese par de tizones humeantes” (Ver Is 7, 4). Se refiere a los reyes de Samaria y Damasco.

En segundo lugar, le anuncia un camino de salvación: Aceptar la presencia de Dios dentro de su pueblo. Por eso, y como una imagen muy fácil de comprender, le cambia el nombre a Judá; lo llama “Emmanuel”, es decir “Dios con nosotros”.

Dios es santo, poderoso y lleno de vida. Pero se manifiesta en lo pequeño, en lo débil y sencillo; su presencia es suave y delicada, pero llena de esperanza: es como el murmullo del arroyo (Ver Is 8, 6), llena de hermosas ilusiones, como puede estar una jovencita embarazada (Ver Is 7, 14), o como un niño, recién nacido (Ver Is 9, 5); esta ilusión será tierna y esperanzadora, como salen los brotes de un árbol (Ver Is 11, 1).
Isaías pide que el pueblo tenga fe en Dios, y que la tenga también en sí mismo. Aunque sea pequeño, como un arroyo, como un niño o como un brote, junto a Dios será más poderoso que Samaria y Damasco.

Sin embargo, los previene, si se alían con la poderosa Nínive, el fracaso será inevitable.

Cuatro comparaciones

Así explica Isaías cómo será la realidad del pequeño Judá si se deja inundar por la presencia de su Dios:

1. “La joven está encinta” (Ver Is 7, 14).

Ciertamente, en este pasaje no se está refiriendo directamente a la Santísima Virgen María, pero la tradición eclesiástica ha percibido en esta comparación una profecía de lo que Dios hará en medio de su pueblo para socorrerlo con su Mesías. El texto apunta, más bien, a que Judá se presenta como una jovencita embarazada: linda, hermosa, tierna y llena de esperanzas. El texto apunta que el niño que nacerá comerá “requesón y miel” (Ver Is 7, 15): dos cosas limpias y sanas, su propia cultura, su propio ser: recordemos que a la tierra prometida se le conocía como la tierra “que mana leche y miel” (Ver Ex 33, 3).

2. “Las aguas de Siloé corren mansamente dentro de ti” (Ver Is 8, 5).

Judá es como un manso y tranquilo arroyo que pasa por en medio de su pueblo. Ellos despreciaron su hermosa identidad y quisieron fiarse de las embravecidas aguas del río Eufrates, símbolo del poder asirio. Por eso, los alerta: si se fían de los poderosos, éstos le pasarán por encima. Será como una terrible inundación (Ver Is 8, 7 – ss). La alternativa es tajante: refugiarse en Dios. De lo contrario, los poderosos arrasarán con todo.

3. “Un niño recién nacido” (Ver Is 9, 1 - 7).

No hay una creatura más débil y desamparada. Sin embargo, un niño es lo más lindo y esperanzador que existe. Dios se presenta como un niño pequeño, pero capaz de quebrar el yugo y de destruir las botas militares (invento asirio) y los mantos manchados de sangre del ejército que los aterroriza. Dios es una “paradoja”, es un misterio: Este niño pequeño está llamado a vencer al poderoso, y a convertirse en juez y verdugo de los imperios opresores (Ver Is 9, 5 - 7).

4. “Un brote del tronco de Jesé” (Ver Is 11).

Un brote que emerge de un tronco cortado aparece pequeño, débil, frágil… sin embargo, el tiempo y el desarrollo harán de aquel vástago un tronco muy fuerte, incluso, capaz de quebrantar las piedras. Judá es también pequeño, pero está llamado a ser fuerte y grande. Tienen que creer en la belleza y en la esperanza de su propia identidad. Lo que tienen dentro y lo hace fuerte es “su savia”, es decir, el Espíritu del Señor: la honradez interna, la sabiduría y la valentía para gobernarse conforme a los preceptos de Dios. Si es “pueblo de Yavé”, Judá será como lo es Él. Sus características serán la justicia, la lealtad y la paz, pero para ello tendrá que “conocer a Yavé y respetarlo” (Ver 11, 2).

Profecía que se cumple

Jesús vendrá al mundo en la pequeñez de un niño indefenso. María supo confiar en Dios y percibir en este “vástago” el tronco fuerte, capaz de derrocar al pecado y de darnos la salvación…

No hay comentarios:

Publicar un comentario