Situación actual de la catequesis


“La Iglesia existe para evangelizar” constituye una expresión, ya clásica, de Pablo VI en la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, y es la respuesta operativa de la Iglesia al mandato de Cristo de predicar el Evangelio. La Revelación de Dios se transmite a los hombres de todos los tiempos por medio de la evangelización. En este curso capítulo queremos presentar cómo se sitúa en la misión de la Iglesia las tareas a las que se refiere la catequesis y la evangelización religiosa escolar, ámbitos privilegiados de la evangelización.

La Eucaristía


Los cristianos estamos convencidos de que no podemos vivir sin Eucaristía. Es esencial para el adulto permanecer unido a Cristo (Jn 15, 1-8), sólo de esta manera podrá dar frutos de vida eterna. La vida eucarística cumple con las palabras del Evangelio y nos invita a la misión con los dones que hemos recibido en la misma celebración. Así lo recuerda el Documento de Aparecida: “Para formar al discípulo y sostener al misionero en su gran tarea, la Iglesia les ofrece, además del Pan de la Palabra, el Pan de la Eucaristía. A este respecto nos inspira e ilumina la página del Evangelio sobre los discípulos de Emaús.

SER PADRES COMO SAN JOSÉ



Una parte de la tradición cristiana, fuertemente inspirada por la iconografía y hasta por algunos textos apócrifos, ha deteriorado la imagen de San José: Se le pinta o se le esculpe con barba abundante, rasgos avejentados, “inocentes” y hasta demacrados… Así, más que provocar devoción e inspirar la imitación de sus virtudes, provoca pena, lástima o hasta burda compasión.

Homilía del Papa Francisco en la Misa del Inicio de su Pontificado (19 de marzo de 2013)


Queridos hermanos y hermanas:
Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.

Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.

Hemos escuchado en el Evangelio que "José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer" (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: "Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo" (Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, 1).

¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús

¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es "custodio" porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.

Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.

Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen "Herodes" que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.

Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos "custodios" de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para "custodiar", también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.

Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.

Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (Ver Mt 25, 31 - 46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.

En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza» (Rm 4, 18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza. También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.

Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.

Imploro la intercesión de la Virgen María, de San José, de los Apóstoles Pedro y Pablo, de San Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos ustedes les digo: Oren por mí. Amén.

El Catecismo de la Iglesia Católica. Del acto de fe a la confesión de fe….


Manuel del Campo Guilarte
… En este sentido parece oportuno destacar cómo el Símbolo de los Apóstoles contiene en su base una fórmula sencilla en tres artículos que afirman la fe en Dios Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Esta fórmula, que tiene como origen un interrogatorio con tres apartados, no es sino la expresión de la norma bautismal que encontramos en el evangelio de San Mateo 28, 19: “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Por todo esto es legítimo afirmar que el Símbolo de los Apóstoles enlaza con la fe y la práctica bautismal del siglo I[1].

LA TAREA DEL COORDINADOR DE CATEQUESIS


Presentamos el siguiente artículo de la revista argentina  DIDASCALIA, de Víctor Acha.

Coordinar significa reunir medios, voluntades, esfuerzos y ordenarlos metódicamente para una acción en y para una comunidad. La acción de coordinar se refiere entonces a la atención que merece el ordenamiento de la comunidad. 

Una adecuada coordinación facilita el desarrollo, el crecimiento y los ajustes del conjunto de las actividades, y permite la cohesión y armonía necesarias. Sin duda que es la comunidad toda y en ella cada uno de sus miembros, quienes tienen la responsabilidad de aquella armonía y ordenamiento, por eso los roles de coordinación se ejercen en y para la comunidad. 

El coordinador es un servidor de la comunidad que asume esta tarea específica de atender a que en el “cuerpo comunitario”, cada miembro ocupe su lugar, desempeñe su rol eficazmente y contribuya desde su lugar al crecimiento del conjunto. Entre nosotros han crecido la conciencia y las experiencias de coordinación de la catequesis, tanto a nivel de comunidades y parroquias, como diocesana y supra-diocesanamente. Un documento reciente del CELAM señala que coordinadores “son los catequistas que desempeñan servicios de coordinación y comunicación en la organización parroquial, zonal o diocesana”. Por tanto, para comprender el rol del coordinador de catequesis, tendremos en cuenta algunos criterios eclesiológicos y catequísticos.

1. En una Iglesia de comunión y participación 

El Concilio ha descrito a la Iglesia como Pueblo de Dios y sacramento de íntima unión de los hombres con Dios y de toda la humanidad. Por eso la comunión, la construcción de la comunidad, es vocación esencial de la Iglesia. Porque su misión es evangelizar ella existe para poner a las personas en comunión con Jesucristo y realizar con Él su anhelo “...que sean uno como tu Padre en mi y yo en ti...” (Jn 17,21). La tarea catequística se orienta a lograr esta comunión ya que “una de las metas de la catequesis es precisamente la construcción de la comunidad”. 

2. En el “camino” de la catequesis 

El segundo criterio que señalamos se refiere a nuestro modo de comprender y ejercer la catequesis. En cuanto “camino de crecimiento y maduración...”, la catequesis es esta acción que ejercida en la comunidad hace de la fe un itinerario permanente; un camino y un modo de caminar y de estar presente en el mundo y en la Iglesia; una experiencia de maduración de la vida a la luz de la fe. 
Por eso entendemos la catequesis como conocimiento de fe, como celebración de la vida y la fe, como testimonio de esa fe en el mundo. No se puede parcializar la catequesis en una sola de estas dimensiones, pues atenderíamos solo una parte alterando la finalidad, el contenido y el método de la catequesis. Somos responsables de realizar una catequesis integral.


3. El coordinador de catequesis

Aquellos criterios de eclesialidad y estos conceptos de catequesis serán orientadores de la acción del coordinador de catequesis. Su tarea se ha de orientar siempre a animar al conjunto de los catequistas en el espíritu comunitario y en trabajar en una catequesis permanente, que facilite al grupo cristiano su maduración en una fe adulta y comprometida. 
El Espíritu Santo, que inspira nuestra catequesis, es fuego, viento, aliento de vida, El impulsa, empuja, arrastra, anima, engendra profetas, testigos, mártires. 
Entonces el coordinador es un animador que constantemente hace lugar en la comunidad de catequistas para este accionar del Espíritu. A la vez, es un animador que permanentemente invita y alienta, para que los catequistas sean personas abiertas a las realidades del mundo, de la sociedad, de la vida, que están reclamando respuestas a los creyentes. 

Condiciones-del-catequista:
Entendemos que el coordinador de catequesis debe ser un catequista maduro y debe tener claro en que consiste su propia madurez y la de todos los catequistas con quienes trabaja. El documento del CELAM, que hemos citado, afirma que el catequista debe reunir determinadas condiciones que la comunidad cristiana espera de él (nº 200-202):

Condiciones-humanas:
• Equilibrio psicológico; saber escuchar; autoestima y valoración de sí.
• Conocer y respetar el ritmo del otro; responsabilidad y constancia.
• Sensibilidad ante la realidad social y económica.

Condiciones-de-fe:
• Espíritu evangélico y encuentro con Cristo; vida eclesial-sacramental; que transmita la fe de la Iglesia; comunión con los pastores.
• Testimonio cristiano de vida; capacidad de trabajar en comunión; espíritu de alegría y esperanza.
• Que busque su formación permanente; que conozca y sepa aplicar el material catequístico.

Aquí tenemos las dos grandes dimensiones en que se debe capacitar, entrenar, y afirmar todo catequista:
• Cultivar una vida íntegra, en creciente maduración.
• Consolidar una fe siempre en búsqueda y desarrollo, para aquilatar estas “condiciones”.
En la búsqueda de su propia coherencia y maduración, el coordinador encuentra los elementos fundamentales para ejercer su tarea junto a otros hermanos que participan de la misma búsqueda.

La-escuela-del-servicio:
Cualquiera sea el lugar en el que debamos desempeñarnos como catequistas, el evangelio de Jesús inspira los criterios para ejercer toda autoridad “...no se dejen llamar maestro...uno solo es el maestro y ustedes todos hermanos...no se dejen llamar padre...uno solo es el Padre...no se dejen llamar consejero...uno solo es consejero, el Mesías...” (Mt 23, 8-12).
Un catequista que enseña, forma y coordina, como en todo ministerio eclesial ordenado o no, es autoridad y por lo tanto es un “servidor”: “¿Comprenden lo que he hecho con ustedes?...si yo, el Maestro y Señor les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros...” (Jn 13, 12-15).
Desde la espiritualidad del servicio, se han de entender las funciones que nos toca asumir. Por eso si en la comunidad tenemos funciones de maestro, padre, o consejero, las tenemos solo en relación al Señor. Solo El es maestro, padre y consejero y todos somos sus discípulos y hermanos entre nosotros.
En efecto, nuestras funciones se sostienen en el Señor, son relativas a El. De allí que nuestro lugar es el de discípulo del único maestro padre y consejero y de hermano de los hermanos. Ejercitándonos en el discipulado (del Señor) nos vamos haciendo aptos para ejercer cualquier ministerio como hermano y servidor (de los hermanos).
Qué confianza debe darnos el saber que si enseñamos, si conducimos, o si aconsejamos nuestra acción se sostiene en el Señor y nada nos expone a la soledad del que está por encima, sino que estamos cobijados en la comunión fraterna.
Junto a estas disposiciones espirituales, debemos asumir responsablemente y buscar nuestra “eficiencia” para desempeñarnos en el rol que nos asigna la comunidad eclesial. De allí la necesidad y responsabilidad de capacitarnos, de formarnos para cualquier ministerio, también para el ejercicio de la coordinación.

4. Animar y coordinar la catequesis


Animar, es poner “anima”, alma, espíritu, fuerza interior que motiva, impulsa y sostiene. De allí que, si el catequista ha de ser siempre un animador en su tarea, el coordinador entonces, será a su vez un “animador de animadores”. Animar consiste en coordinar: personas, carismas, experiencias y acciones.                                            
                                         
• COORDINAR                                                                          
Es frecuente que se ponga el acento solo en lo funcional y se dedican todos los esfuerzos a “coordinar acciones”. La tarea es más amplia y comienza por las personas y sus carismas y entonces el esfuerzo se ha de centrar en alentar a la integración y rendimiento de las particularidades y riquezas de cada uno.
De igual modo hay que rescatar las mejores experiencias de cada persona, de cada grupo, para hacerlas patrimonio de toda la comunidad. En este marco más amplio de personas, carismas y experiencias, cobra sentido la tarea práctica de coordinar las acciones necesarias.

• FORMAR
Básicamente se trata para el coordinador de ayudar a descubrir aquella espiritualidad cristo-céntrico-trinitaria y atenta a las situaciones humanas, que reclama la catequesis. Paralelamente se ha de procurar alentar a todos a ocuparse de su propia formación permanente, insistiendo en que somos discípulos que nos formamos todos en la escuela del único Maestro, el Señor.
Como responsable de acompañar a los hermanos en su crecimiento, el coordinador ha de buscar los modos adecuados para que la comunidad procure solucionar las dificultades para su formación que puedan tener los catequistas.

• ORGANIZAR
La tarea organizativa debe surgir de aquellas dos acciones prioritarias y ha de consistir en una acción tendiente a lograr, también en la catequesis, un funcionamiento orgánico. La “pastoral orgánica”, es reflejo de una espiritualidad y dinamismo eclesiales, donde todos nos aceptamos como miembros de un único cuerpo, cada cual con sus carismas y funciones.
Organizar es ordenar, planificar y ejecutar la participación para hacer de esta un camino para la comunión eclesial. “Comunión y participación” ha de ser entendida así: la comunión es una meta que se alcanza por el camino de la participación.

A propósito de la tarea de animar y coordinar la catequesis, hemos subrayado su dimensión comunitaria y la tarea del catequista para una catequesis en proceso, personalizante y de compromiso temporal. Los catequistas y los coordinadores de catequesis, deben trabajar estas sugerencias en el seno de sus comunidades para que encuentren en el diálogo y con la participación de todos, las propuestas adecuadas para cada comunidad.


Consultado en: http://www.didascalia.org.ar/nota.asp?idN=65