Mi día laboral inicia a las 5:00 a.m. Después de tomar un café y orar, a las 7:30 a.m. celebro la misa con mi equipo más cercano, “la familia papal”.
La misa dura media hora, después paso a desayunar y luego a mi oficina donde reviso la agenda del día y la correspondencia.
El inmenso material que llega todos los días lo ordena mi secretario conforme a la urgencia. En estas reuniones planeamos las audiencias y viajes; el nombramiento de nuevos obispos y otros asuntos importantes. El estudio es pequeño y sin tantas cosas porque no me gusta tanta ostentación y el lujo.
Desde ahí salgo a saludar a los peregrinos para el rezo del Angelus. La comida es italiana pero en ocasiones me gusta comer platos típicos de mi tierra natal, Baviera. Suelo tomar los alimentos con un grupo reducido de personas. En ocasiones invito a huéspedes para arreglar cuestiones laborales. En el techo hay un pequeño jardín diseñado por el Papa Paulo VI; ahí me gusta caminar después de la comida.
En el segundo piso se encuentran las salas de audiencia donde tengo reunión todos los días con jefes de estado, obispos, personajes importantes y miles de personas que solicitan un diálogo conmigo. Todos los lunes tengo una reunión con el secretario de estado. A parte de mis obligaciones por ser el jefe de la Iglesia católica y mis responsabilidades, millones de personas me vienen a buscar para conocerme y escuchar el mensaje del Papa.
Mi día laboral dura 17 horas. Antes de ir a dormir veo las noticias, en ocasiones no muy agradables. En cuanto a mi vida personal, algunos se preguntan si tengo vida privada o días de descanso. Durante el año, procuro pasar tres semanas en Suiza, donde evito tener reuniones y aprovecho para escribir mis libros. Me suelo relajar escuchando música. En ocasiones toco el piano. Aún así, mi día libre no se contabiliza en días… sino en horas…
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