Manuel del Campo
Guilarte
II. EL SÍMBOLO DE LOS APÓSTOLES, SÍMBOLO BAUTISMAL
“El Símbolo de los Apóstoles, llamado así porque es
considerado con justicia, como el resumen fiel de la fe de los Apóstoles. Es el
antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma. Su gran autoridad le viene de
este hecho: “Es el símbolo que guarda la Iglesia romana, la que fue sede de
Pedro, el primero de los Apóstoles, y la cual llevó la doctrina común” (CCE
194).
Los orígenes de este símbolo, que se desarrolló en la
Iglesia de Roma[1], y cuyos
términos quedaron fijados en los inicios del siglo IV después de una larga y
complicada historia, acabó convirtiéndose en el modelo de referencia de todos
los símbolos de la fe de Occidente, a diferencia de los símbolos bautismales de
Oriente, que contenían considerables variaciones según su origen y procedencia.
Más allá de las dificultades de clarificación respecto a los orígenes de la
fórmula misma del Símbolo, lo cierto es que las investigaciones llevadas a cabo
por los estudiosos, lejos de poner en tela de juicio el origen apostólico de su
contenido “establecen claramente que la enseñanza en la época apostólica
comprendía ya cada uno de los puntos contenidos en el Símbolo de los Apóstoles,
y justifican así plenamente su título de Símbolo apostólico”[2]. Por eso “con
justicia, como afirma el Catecismo, el Símbolo de los Apóstoles es considerado
resumen fiel de la fe de los Apóstoles”.
Ahora bien, tanto el Símbolo de los Apóstoles, como todos
los demás símbolos guardan una esencial relación, en su origen, con el
Sacramento del Bautismo. Su núcleo básico y su raíz es la profesión de la fe
pronunciada por el bautismo en el centro de la celebración bautismal. Nos preguntamos
por eso de qué relación se trata y qué nexo guardan entre sí la profesión de la
fe y el sacramento.
San Cirilo de Jerusalén describe cómo se administraba el
Bautismo a los candidatos en la Vigilia pascual, y cómo al descender a la
fuente bautismal eran preguntados si creían en el Padre, el Hijo y el Espíritu
santo; una vez hecha “su profesión salvadora”, afirma, refiriéndose a la
profesión de fe del bautismo, en concreto a las respuestas dadas a las
preguntas sobre la fe[3].
Asimismo, en la obra La Tradición Apostólica escrita a
principios del siglo III por San Hipólito, y que refleja con toda probabilidad
la liturgia romana de finales del siglo II e inicios del III, se hace una
detallada descripción del Bautismo: “Y cuando el que se va a bautizar baja al
agua, el que bautiza le ponga la mano encima y diga: ‘¿crees en Dios, Padre
Omnipotente?’ A lo que el bautizado responderá: ‘Creo’ e inmediatamente lo
bautiza una vez, teniendo la mano apoyada sobre su cabeza. Luego le dice:
‘¿Crees en Jesucristo, Hijo de Dios, que nació de la Virgen María, por obra del
Espíritu Santo…?’ Y el bautizado contesta: ‘Creo’, y lo bautiza por segunda
vez. Y se vuelve a preguntar ‘¿Crees en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia,
en la resurrección de la carne?’. Y el bautizado responderá ‘Creo’. Y lo
bautiza por tercera vez”[4].
En el tratado De Sacramentis del siglo IV se ofrece esta
descripción del rito del bautismo, estando ya el candidato dentro de la fuente
bautismal: “Se os preguntó: ¿Crees en un solo Dios Padre Omnipotente? Y
respondisteis: ‘Creo’, y se os sumergió, es decir, se os enterró. Luego se os
preguntó: ‘¿crees en nuestro Señor Jesucristo y en su cruz?’ Y respondisteis
‘Creo’, y se os sumergió. Así que se os se os sepultó junto con Cristo; pues
quien está sepultado con Cristo, resucita de nuevo con Él. Por tercera vez os
preguntó: ‘¿Crees también en el Espíritu Santo?’ y respondisteis: ‘Creo’ y se
os sumergió por tercera vez, de modo que vuestra triple profesión limpió las
muchas faltas de nuestra vida pasada”[5]. Observamos cómo
se vincula la regeneración del hombre con la triple profesión de la fe.
Y en el Sacramentario Gelasiano del siglo VI se afirma: “Una
vez bendecida la fuente, se bautiza a
cada uno por el mismo orden en que se les pregunta: ‘¿Crees en Dios Padre
Omnipotente?’. Responde: ‘Creo’. ‘¿Crees también en Jesucristo, su único Hijo,
nuestro Señor, que nació y padeció?’. Responde: ‘Creo’. ‘¿Y crees en el
Espíritu Santo, en la Santa Iglesia, el perdón de los pecados y la resurrección
de la carne?’. Responde: ‘Creo’. A continuación, y por orden, se sumerge a cada
uno tres veces en el agua”[6].
Así pues, hay una triple afirmación de fe del bautizado en
el contexto de la triple inmersión en las aguas bautismales. El bautizado es
invitado en un dialogo a confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el
Espíritu Santo. Hay unas preguntas sobre la fe y sus correspondientes
respuestas que, en el núcleo mismo del rito bautismal, son una profesión de fe,
que es considerad como acto esencial. Y así, San Cirilo de Jerusalén la
denominará “profesión salvadora”. En las Constituciones Apostólicas se llamará
a esta respuesta a las preguntas de la fe la “profesión del Bautismo por
excelencia”[7]. Así se entendió
tanto en Oriente como en Occidente por parte de muchos Padres, que mostrarán la
intrínseca relación existente entre Bautismo y confesión de fe, y donde esta es
parte constitutiva del Sacramento. Por eso san Agustín no dudará en afirmar
esta unión esencial de la fe y el bautismo, preguntando: “¿Quién ignora que no
hay verdadero bautismo cristiano si faltan las palabra evangélicas de que
consta el Símbolo?”[8].
Es decir, desde el principio se consideró que la fe, la
confesión de la fe, junto con la efusión del agua, era condición indispensable
y eficiente del Bautismo. Por eso no es de extrañar esta constante en los
Padres, quienes desde el principio urgieron la exigencia de la fe para ser
bautizado, vinculándose así a la práctica reflejada en los libros
neotestamentarios[9].
[1]
El primer testimonio que tenemos de denominación Símbolo de los Apóstoles es el de una carta dirigida por un
Concilio de Milán, reunido en torno a San Ambrosio, el Papa Siricio: “Crease el
Símbolo de los Apóstoles, que la Iglesia romana guarda y conserva siempre
intacto”. Fue en el año 390. Cf. SAN AMBROSIO, Epist.42, 5: Credatur Símbolo Apostolorum, quod Ecclesia
Romana intemeratum Semper et servat” (PL 16) 1125 B.
[2] H.
DE LUBAC, La fe cristiana (Salamanca
1988) 155. Para una información más precisa ver pp. 223-254.
[3] Cf
SAN CIRILO DE JERUSALEN, Catequesis,
19, 2-9 y, sobre todo, 20, 2-4 (PG 33) 1068 ss. Puede consultarse también el itinerario de Egeria.
[4]
SAN HIPÓLITO, Tradición Apostólica, C.
19.
[5] De Sacramentis, 2, 7 (PL 16), 417-62
[6] Sacramentario Gelasiano 86.
[7] Constitución Apostólica, 7, 42.
[8]
San Agustín, De bapt. Con. Don. 6, 47
(PL 43) 214.
[9]
Hch 16, 14 ss (bautismo de Lydia); 16, 30 ss (del carcelero de Pablo y Silas);
22, 16 (de Pablo); en 1 P 3, 21; Rm 10, 6; Ef 1, 13.
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