Cuentan los cuentos que el primer árabe que se aventuró a cruzar el desierto se encontró junto a una cueva con un anciano de aspecto venerable, quien le preguntó:
- Joven, ¿a dónde vas?
- Quiero cruzar el desierto, buen hombre...
El anciano quedó pensativo un momento, y luego añadió:
- Deseas algo difícil. Para cruzar el desierto te harán falta tres cosas: Toma estas piedras. Este topacio es la fe, amarillo como las arenas del desierto; esta esmeralda es la esperanza, verde como las hojas de las palmeras; y este rubí es la caridad, rojo como el sol de poniente. Anda siempre hacia el sur y encontrarás el Oasis de Náscara, donde podrás vivir feliz. No lo olvides: Por nada pierdas ninguna de las piedras... de lo contrario, no llegarás a tu destino.
El joven se puso en camino, y recorrió primero ágilmente y conforme fue pasando el tiempo más penosamente, kilómetro tras kilómetro, a través de las dunas amarillentas del desierto, montado sobre su camello.
Un día, le asaltó una duda:
- ¿No me habrá engañado el anciano? ¿Y si no existiera el Oasis que me prometió, y el desierto no tuviera realmente fin?
Estaba resuelto a volverse, cuando notó que "algo" se le había caído sobre la arena... era el topacio. El joven se bajó del camello para cogerlo y pensó:
- No, tengo que confiar en la promesa del anciano. Seguiré mi camino...
Pasaron muchos días. El sol, el viento, el frío de la noche, y la falta de víveres le iban agotando. Sus fuerzas desfallecían y ni una palmera ni una fuente se veían por el horizonte sin fin... Estaba decidido a dejarse morir, tumbándose del camello, cuando notó que se le había caído "algo" al suelo... era la esmeralda. El joven la recogió y se dijo:
- Tengo que ser más fuerte... tal vez, un poco más allá, esté el Oasis. Si no sigo, moriré aquí sin remedio, y todo lo que he viajado ha sido en vano. Mientras tenga un soplo de vida continuaré mi viaje.
Siguió entonces su camino, y encontró más adelante, entre unas piedrecillas, un pequeño charco de agua junto a una palmera. Ya iba a lanzarse sobre aquel diminuto "oasis" cuando vio los ojos tristes de su camello, suplicantes y tiernos, como los de un hombre pordiosero, solicitando agua... Pensó, entonces, que debería tener piedad de su animal desfallecido... él aún podría resistir un poco más, y el camello lo había conducido hasta aquel lugar... entonces, dejó que la bestia bebiara aquellos pocos sorbos.
¡Cuál fue su asombro cuando vio que el camello caía muerto a sus pies! El agua estaba corrompida, y su animal se envenenó... En el suelo, notó el joven que brillaba su rubí, pues se le había caído, y lo recogió, dando gracias al Cielo por haber recompensado su generosidad, y evitado su muerte.
Sintió ánimos renovados y, después de un corto trayecto, alzó la mirada y vio a lo lejos unas palmeras: ¡Era el Oasis de Náscara! Al llegar, encontró junto a una limpia fuente, a un anciano que le sonrió alegremente y le dijo:
- Has llegado a tu destino, puesto que has conservado las tres piedras preciosas: La fe, la esperanza y la caridad. ¡Ay de ti si hubieras perdido alguna! ¡Habrías muerto en el desierto!
El anciano, después de ofrecerle agua fresca y dátiles, se despidió de aquel joven diciéndole:
- Guarda siempre, a lo largo de tu vida, muy cercas de tu corazón, el topacio, la esmeralda y el rubí. Sólo así llegarás a cualquiera que sean tus metas... ¡Nunca las pierdas!
Por más largos, penosos o inciertos que parezcan nuestros caminos, contamos con tres piedras preciosas que nuestro buen Dios ha puesto en nuestras manos: Dones inmerecidos que podemos conservar y utilizar durante nuestra vida, o desperdiciarlos inútilmente en el camino...
Llegar a la Salvación es nuestra meta... y no estamos solos...
- Joven, ¿a dónde vas?
- Quiero cruzar el desierto, buen hombre...
El anciano quedó pensativo un momento, y luego añadió:
- Deseas algo difícil. Para cruzar el desierto te harán falta tres cosas: Toma estas piedras. Este topacio es la fe, amarillo como las arenas del desierto; esta esmeralda es la esperanza, verde como las hojas de las palmeras; y este rubí es la caridad, rojo como el sol de poniente. Anda siempre hacia el sur y encontrarás el Oasis de Náscara, donde podrás vivir feliz. No lo olvides: Por nada pierdas ninguna de las piedras... de lo contrario, no llegarás a tu destino.
El joven se puso en camino, y recorrió primero ágilmente y conforme fue pasando el tiempo más penosamente, kilómetro tras kilómetro, a través de las dunas amarillentas del desierto, montado sobre su camello.
Un día, le asaltó una duda:
- ¿No me habrá engañado el anciano? ¿Y si no existiera el Oasis que me prometió, y el desierto no tuviera realmente fin?
Estaba resuelto a volverse, cuando notó que "algo" se le había caído sobre la arena... era el topacio. El joven se bajó del camello para cogerlo y pensó:
- No, tengo que confiar en la promesa del anciano. Seguiré mi camino...
Pasaron muchos días. El sol, el viento, el frío de la noche, y la falta de víveres le iban agotando. Sus fuerzas desfallecían y ni una palmera ni una fuente se veían por el horizonte sin fin... Estaba decidido a dejarse morir, tumbándose del camello, cuando notó que se le había caído "algo" al suelo... era la esmeralda. El joven la recogió y se dijo:
- Tengo que ser más fuerte... tal vez, un poco más allá, esté el Oasis. Si no sigo, moriré aquí sin remedio, y todo lo que he viajado ha sido en vano. Mientras tenga un soplo de vida continuaré mi viaje.
Siguió entonces su camino, y encontró más adelante, entre unas piedrecillas, un pequeño charco de agua junto a una palmera. Ya iba a lanzarse sobre aquel diminuto "oasis" cuando vio los ojos tristes de su camello, suplicantes y tiernos, como los de un hombre pordiosero, solicitando agua... Pensó, entonces, que debería tener piedad de su animal desfallecido... él aún podría resistir un poco más, y el camello lo había conducido hasta aquel lugar... entonces, dejó que la bestia bebiara aquellos pocos sorbos.
¡Cuál fue su asombro cuando vio que el camello caía muerto a sus pies! El agua estaba corrompida, y su animal se envenenó... En el suelo, notó el joven que brillaba su rubí, pues se le había caído, y lo recogió, dando gracias al Cielo por haber recompensado su generosidad, y evitado su muerte.
Sintió ánimos renovados y, después de un corto trayecto, alzó la mirada y vio a lo lejos unas palmeras: ¡Era el Oasis de Náscara! Al llegar, encontró junto a una limpia fuente, a un anciano que le sonrió alegremente y le dijo:
- Has llegado a tu destino, puesto que has conservado las tres piedras preciosas: La fe, la esperanza y la caridad. ¡Ay de ti si hubieras perdido alguna! ¡Habrías muerto en el desierto!
El anciano, después de ofrecerle agua fresca y dátiles, se despidió de aquel joven diciéndole:
- Guarda siempre, a lo largo de tu vida, muy cercas de tu corazón, el topacio, la esmeralda y el rubí. Sólo así llegarás a cualquiera que sean tus metas... ¡Nunca las pierdas!
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Por más largos, penosos o inciertos que parezcan nuestros caminos, contamos con tres piedras preciosas que nuestro buen Dios ha puesto en nuestras manos: Dones inmerecidos que podemos conservar y utilizar durante nuestra vida, o desperdiciarlos inútilmente en el camino...
Llegar a la Salvación es nuestra meta... y no estamos solos...
ME ENCANTO, ASI DEBE SER NUESTRA VIDA
ResponderEliminarApreciable Anónimo: Así debe ser... :D
Eliminarcual es la conclusion?
EliminarHola, cual es la conclusion de este cuento?
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